La lista de nominados a los Grammy 2011, que se hizo pública el pasado mes de diciembre, sorprendió a más de uno. Un cantante apenas conocido en las emisoras europeas había logrado colarse entre la hilera de nombres consagrados que, por lo general, optan a estos premios.
Bruno Mars, como se llamaba este ‘recién llegado’, no sólo ostentaba más candidaturas que la superventas Lady Gaga o el celebérrimo rapero y marido de Beyonce, Jay-Z (en ambos casos, 7 frente a 6). Además, se erigía como el principal rival de Eminem, quien, con diez nominaciones, capitanea el ranking.
El pasado sábado, una eficaz campaña de publicidad hacía llegar a las televisiones de medio mundo uno de los nuevos clips del artista, Grenade, con el fin de extender una fiebre que ya ha comenzado a atacar a los estadounidenses hace unos meses y que tiene que ver con el pop, el funk, los ritmos cercanos a la pista de baile y los calcetines blancos de Michael Jackson, prenda que a Mars le gusta lucir de vez en cuando.
¿Un Jackson versión S. XXI?
Sin embargo Mars no ha aparecido de la nada, según asegura su compañía discográfica. Hasta hace no mucho, su apellido se escondía tras la hilera de créditos que figuran en los discos de artistas como Flo Rida o Brandy, con quienes trabajó como productor junto a su compañero de fatigas, Philip Lawrence.
Nacido en Honolulu (Hawaii), siempre estuvo en contacto con la música, ya que su padre era un percusionista latino de Brooklyn y su madre, una reputada solista de soul.
Aunque no ha sido hasta la publicación reciente de su álbum debut, Doo-Wops & Hooligans, que este joven ha logrado el reconocimiento de un gran número de medios estadounidenses y amenazado con robar algunas estatuillas a los pesos pesados de la música anglosajona.